EL MISTERIO DEL VALLE DE BOSCOMBE

  1. EL MISTERIO DEL VALLE DE BOSCOMBE SIR ARTHUR CONAN DOYLE
 
 

—El valle de Boscombe es una zona campestre y el principal terrateniente es un tal John Turner, que ganó dinero en Australia y regresó hace algunos años. Una de las granjas de su propiedad, la de Hatherley, la arrendaba al señor Charles McCarthy, quien también pasó un tiempo en Australia. A primera vista, el más rico era Turner, por lo que McCarthy pasó a depender de él. McCarthy tenía un hijo, un muchacho de dieciocho años, y Turner tiene una hija de la misma edad. Parece que los dos hombres evitaban el trato de las familias inglesas de la zona y llevaban una vida retirada.

El 3 de junio McCarthy salió de su casa de Hatherley a eso de las tres de la tarde y se dirigió a la laguna de Boscombe, un pequeño lago. Había salido por la mañana con su criado y le dijo que debía darse prisa pues estaba citado a las tres para una entrevista importante. De esa cita no regresó con vida.

Desde la granja de Hatherley hasta la laguna de Boscombe hay un cuarto de milla y dos personas lo vieron pasar por ese camino. Los dos declararon que el señor McCarthy caminaba solo. El guarda agrega que, minutos después de haber visto pasar a McCarthy, notó que su hijo, James McCarthy, se dirigía en la misma dirección, con una escopeta bajo el brazo. Según Crowder, el padre estaba al alcance de la vista y el hijo lo seguía. No pensó más en el asunto hasta que oyó, por la noche, la tragedia que había ocurrido.

Una niña de catorce años, llamada Patience Moran, hija del cuidador de la finca de Boscombe, se encontraba en uno de los bosques recogiendo flores. De acuerdo con su declaración, mientras se hallaba en ese lugar, vio al señor McCarthy y a su hijo disputando violentamente.

Se asustó tanto que salió huyendo para contarle a su madre que había dejado a los dos McCarthy riñendo cerca de la laguna y que temía que fueran a pelearse. No bien acabó de decir estas palabras cuando apareció el joven McCarthy y dijo que había encontrado muerto a su padre en el bosque y pedía ayuda. Estaba muy nervioso y no tenía la escopeta ni el sombrero. En la mano y en la manga derecha se veían manchas de sangre fresca. Partieron con él y hallaron el cadáver tendido cerca de la laguna. La cabeza había sido golpeada repetidas veces con un arma pesada y sin filo. Las heridas bien podían haber sido causadas con la culata de la escopeta del hijo, y ésta fue hallada a pocos pasos del cadáver. Dadas esas circunstancias se detuvo inmediatamente al joven. Estos son los hechos principales tal cual fueron expuestos ante las autoridades que intervienen en causas por asesinato.

—No hay nada más engañador que un hecho evidente —contestó Holmes. ¿Cuál es la declaración del muchacho sobre este asunto?

La siguiente: “Estuve ausente de casa tres días, en Bristol, y acababa de regresar la mañana del 3. Cuando llegué, mi padre no estaba en casa y la doncella me informó que había salido. Tomé entonces la escopeta y me fui a pasear a la laguna de Boscombe, con la intención de visitar las conejeras que se encuentran del otro lado. Cuando me encontraba a unas cien yardas de la laguna oí el grito de ¡Cuii! que mi padre y yo usábamos por lo general para llamarnos. Me apresuré y lo vi de pie junto a la laguna. Pareció sorprenderse mucho al verme y me preguntó, con un tono bastante áspero, qué estaba haciendo yo ahí. La conversación subió de tono y casi llegamos a los golpes, pues mi padre tenía un carácter muy violento. Al ver que no podía controlarse lo dejé y regresé hacia la granja. No había andado más que unas ciento cincuenta yardas cuando oí un grito espantoso a mis espaldas, lo que me hizo regresar corriendo. Encontré a mi padre agonizando en el suelo, con una profunda herida en la cabeza. Dejé caer mi escopeta y lo sostuve en mis brazos, pero murió casi en seguida. Me arrodillé junto a él unos minutos y luego me dirigí en busca del guarda del pabellón del señor Turner para pedirle ayuda. No tengo la menor idea de quién puede haberle causado las heridas mortales. No era un hombre que se hacía querer pues su modo de ser era frío y altanero. Pero, que yo sepa, no tenía enemigos declarados. Eso es todo lo que sé del asunto”.

OFICIAL INSPECTOR: ¿Le hizo su padre alguna declaración antes de morir?

MUCHACHO: Musitó unas palabras pero sólo pude entender algo parecido a rat.

INSPECTOR: ¿Qué entendió usted por esa palabra?

MUCHACHO: Para mí no tenía sentido alguno. Me pareció que estaba delirando.

INSPECTOR: ¿Cuál fue el motivo por el que usted y su padre riñeron?

MUCHACHO: Preferiría no contestar. Puedo asegurarle que nada tiene que ver con la tragedia que ocurrió después.

INSPECTOR: Eso lo decidirá la justicia.

INSPECTOR: Tengo entendido que el grito de cuii era una señal establecida entre usted y su padre, ¿verdad? ¿Cómo es posible, entonces que su padre lo emitiera antes de verlo a usted e inclusive antes de que supiera que usted había regresado ya de Bristol?

MUCHACHO: (Con gran confusión) No sé. Cuando volví hacia donde se encontraba mi padre estaba tan perturbado y nervioso que lo único en lo que pensé fue en él. Con todo, tengo una vaga sensación de que al regresar corriendo vi una cosa en el suelo, a mi izquierda, algo que me pareció de color gris, una especie de chaqueta o de capa. Cuando me incorporé junto a mi padre miré alrededor, pero ya había desaparecido.

INSPECTOR: ¿Quiere decir que desapareció antes de que usted corriera en busca de socorro?

MUCHACHO: Sí.

INSPECTOR: Por lo tanto, si alguien la quitó de ese lugar el hecho debió de ocurrir cuando usted se encontraba a la distancia de unas doce yardas, ¿verdad?

MUCHACHO: Sí, pero vuelto de espaldas.

Con esto se dio por terminado el interrogatorio del MUCHACHO.

Holmes se recostó sobre el asiento acolchado mientras observaba a la señorita Turner:

—¡Oh! ¡Señor Sherlock Holmes! Me siento muy feliz con su llegada.

—Confío en que todo se aclarará para bien de usted, señorita Turner —dijo Holmes—.

—James no cometió ese crimen, y en cuanto a la disputa con el padre estoy segura de que el motivo que lo impulsa a no hablar de ello con el inspector es porque se trata de mí.

—¿En qué sentido? —preguntó Holmes.

—James y su padre tuvieron muchos desacuerdos por mi culpa. El señor McCarthy tenía muchísimo interés en que nos casáramos. James y yo nos queríamos como hermanos, pero él es demasiado joven y no sabe mucho de la vida y... y..., pues bien, no deseaba casarse por ahora.

—¿Y su padre, señorita Turner, estaba en favor de esa unión? —preguntó Holmes.

—No, tampoco él era partidario. El único que no se mostraba contrario a nuestro casamiento era el señor McCarthy.

— ¿Podría yo ver a su padre mañana?

—En estos últimos años mi padre no se siente bien de salud y este suceso lo ha quebrantado por completo. Ahora está en cama. El señor McCarthy era el único hombre, de los que conocieron a papá en sus viejos tiempos de Victoria, que todavía vivía.

— ¡Ah! ¡De Victoria! Es ese un dato importante.

—Sí, en las minas.

—Perfectamente, en las minas de oro, donde tengo entendido que el señor Turner hizo una fortuna.

—En efecto.

—Gracias, señorita Turner.

—Adiós y que el Señor lo ayude en su empresa.

Sherlock Holmes, como ocurría cada vez que estaba frente a hechos nuevos, se transformó. Una vez en el escenario del suceso avanzó rápida y silenciosamente a lo largo del sendero que corría entre las praderas el cual, después de atravesar los árboles, desembocaba en la laguna de Boscombe.

La laguna de Boscombe, una pequeña extensión de agua, de unas cincuenta yardas, rodeada de un cañaveral, se hallaba entre los límites que separaban la granja Hatherley y el parque privado del señor Turner. El inspector nos mostró el lugar exacto donde se encontró el cadáver; el terreno estaba tan húmedo que vi con toda nitidez las huellas que habían quedado al caer el hombre asesinado. Holmes corrió de un lado a otro, como un perro que persigue un determinado olor, y luego se volvió hacia mi acompañante.

—Bueno..., bueno..., no tengo tiempo. Por todas partes veo las huellas que ha dejado su pie izquierdo. Son inconfundibles porque presentan un ligero retorcimiento hacia adentro. Hasta un topo podría seguirlas... Ahí desaparecen entre los juncos. Sacó la lupa. ¿Qué vemos aquí? Huellas de alguien que caminaba en puntas de pie. Pero las botas no son nada comunes; tienen la puntera cuadrada. Vienen..., van..., vuelven otra vez... Por supuesto, era para buscar la capa. Ahora bien, ¿de dónde vienen?

Holmes corría en varias direcciones hasta que llegamos al borde del bosque, a la sombra de una gran haya, el árbol más voluminoso del lugar. Permaneció allí un rato largo, dando vuelta las hojas y los palos secos, recogiendo de un sobre lo que a mí me pareció polvo, examinando con la lupa no sólo el terreno sino la corteza del árbol hasta donde podía alcanzarlo. Examinó también una piedra mellada que encontró entre el musgo, y se la guardó. Luego siguió por un sendero del bosque hasta llegar a la carretera, donde se perdían las huellas por completo.

—Debajo de la piedra crecía aún la hierba; por lo tanto, hacía pocos días que estaba ahí. No había señal alguna del lugar donde fue recogida. Dada la naturaleza de las heridas, fue con una piedra como se cometió el crimen. Además, no hay rastros de otra arma.

—¿Y el asesino?

—Es un hombre alto, zurdo, cojea del pie derecho, calza botas de caza de suela gruesa, usa capa gris y fuma cigarros de la India.

—Sigo siendo incrédulo. Todas las teorías son buenas, pero nosotros tenemos que enfrentarnos con un jurado británico testarudo.

—Adiós. Le escribiré una nota antes de irme.

Después de dejar al inspector en sus habitaciones, nos fuimos en coche a nuestro hotel, donde ya estaba servido el almuerzo. Holmes permaneció en silencio hundido en sus pensamientos. Cuando levantaron el mantel me dijo:

—Veamos, Watson siéntese en esta silla y permítame que le predique un poco. No sé exactamente qué hacer y su consejo me será de gran ayuda.

—Se lo ruego, por favor.

—Bien, al considerar este caso hay dos puntos acerca de lo dicho por el joven McCarthy que me sorprendieron, si bien a mí me impresionaron a favor de él y a usted en su contra. Uno era el hecho de que su padre diera el grito de ¡Cuií! antes de haberlo visto. El otro fue esa extraña palabra, rat, que pronunció el moribundo.

—¿Qué hay, pues, de ese ¡cuií!?

—Evidentemente, no estaba dirigido al hijo pues, según creía el padre, aquél se encontraba en Bristol. Fue una mera casualidad que llegara a oídos del muchacho. El grito fue pronunciado con el fin de atraer la atención de la persona con quien el señor McCarthy se había citado. Es un grito característico de los habitantes de Australia. Existe la fuerte presunción de que a quien esperaba McCarthy en la laguna de Boscombe era alguien que había estado en Australia.

—¿Y qué hay de esa palabra rat, entonces?

Sherlock Holmes sacó de su bolsillo un papel plegado y lo desdobló sobre la mesa, diciendo:

—Este es el mapa de la colonia de Victoria. Telegrafié anoche a Bristol y pedí que me enviaran uno.

Puso una mano en una parte del mapa y me preguntó:

—¿Qué lee?

—"Rat" —contesté.

Y luego, levantando la mano:

—Y ahora, ¿qué lee?

—"Ballarat".

—Perfectamente. Esa fue la palabra que pronunció el hombre, sólo que el hijo oyó la última sílaba. Intentaba decir el nombre de su asesino: Fulano de Tal, de Ballarat.

—¡Maravilloso! —exclamé.

—Es evidente. Ya ve; lo que he hecho es ir reduciendo cada vez más el campo. La posesión de una prenda de vestir de color gris era un tercer punto. Con ello pasamos de lo vago a la noción concreta de un australiano de Ballarat con una capa gris. Y que se mueve en esta región como en su propia casa.

— Pero, ¿cómo los obtuvo? La altura pudo usted calcularla aproximadamente por el ancho de los pasos. También pudo deducir las botas que usaba por las huellas que dejó impresas en el suelo. Pero, ¿y su cojera?

—Las huellas del pie derecho se notaban menos que las del izquierdo, lo que significaba que se apoyaba sobre ese pie con menos peso. ¿Por qué? Pues porque era cojo

—¿Y cómo dedujo que era zurdo?

—El golpe fue dado de cerca y por detrás, sobre el lado izquierdo. El asesino se mantuvo oculto detrás del árbol mientras duró la entrevista entre padre e hijo. Inclusive fumó durante ese lapso. Encontré ceniza de un cigarro. Con mi especial conocimiento sobre tabacos, pude establecer que se trataba de un cigarro de la India.

—Ya veo en qué dirección apunta todo esto: el culpable es...

—El señor John Turner —anunció el camarero abriendo la puerta de nuestro cuarto de estar y haciendo pasar al visitante.

—Usted no conoció al muerto, a ese McCarthy. Era la personificación del demonio, se lo aseguro. Me tuvo bajo su poder en estos últimos veinte años y arruinó mi vida. Cuando era yo joven dispuesto a cualquier cosa caí en malas compañías, me dediqué a la bebida, no tuve suerte con los reclamos que efectué en las minas, me largué al monte y, en una palabra, me convertí en un salteador de caminos. Tomé el nombre de Jack de Ballarat y un día nos enteramos que venía de Melbourne un convoy cargado de oro y nos mantuvimos al acecho para atacarlo. Coloqué la boca de mi pistola en la cabeza del hombre que conducía el vagón, que era ese mismo McCarthy. ¡Ojalá hubiera disparado contra él en ese momento! Le perdoné la vida, pero vi cómo clavaba sus ojos perversos en mi cara como queriendo recordar cada uno de mis rasgos. Huimos con el oro, nos convertimos en hombres ricos y regresamos a Inglaterra sin despertar sospechas. Compré esta propiedad, que por casualidad estaba en venta, y me dediqué a hacer algunas buenas obras con mi dinero.

Todo marchaba bien hasta que McCarthy puso sus garras sobre mí. Había ido a la ciudad para arreglar una operación monetaria cuando lo encontré en Regent Street, vestido y calzado miserablemente. "Aquí nos tienes, Jack —me dijo, tocándome el brazo—. Seremos como de tu familia. Somos dos, mi hijo y yo, y puedes mantenernos. De lo contrario... Inglaterra es un hermoso país, respetuoso de la ley y siempre hay un vigilante al alcance de la voz". Desde entonces vivieron en mis mejores tierras sin pagar arrendamiento. Aquel día teníamos que encontrarnos en la laguna a mitad del camino entre nuestras respectivas casas, para hablar del asunto. Cuando llegué lo vi conversando con su hijo. Esperé detrás de un árbol hasta que el muchacho se fuera. Pero al escuchar lo que decía, toda mi amargura salió a la superficie. Instó a su hijo para que se casara con mi hija.

Perdí la razón al pensar que todo lo que para mí era más querido estaba a merced de semejante hombre El grito que profirió hizo que regresara el hijo, pero yo me había ocultado ya en el bosque, aunque me vi obligado a volver para buscar la capa que se me había caído en la huida. Esta es, señores, la verdad de todo lo que ocurrió.El anciano salió lentamente de la habitación. Los temblores sacudían su cuerpo de gigante y el jurado absolvi

 

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